Hay un hashtag (etiqueta, para las personas normales) en Twitter que podría resumir sin pestañear el estado de la cuestión de una sociedad cualquiera. De una manera sencilla, con una segura comprensión. Como aquella letra que rezaba «Jonathan, no te metas pa lo jondo»; gran radiografía de las playas españolas. Se trata de #hombreya, hermana gemela del vulgar «yastabien». Es un recipiente masivo de quejas, pullas, preguntas al aire y demostraciones de fuerza en la Red que acumula decenas y decenas de apuntes cibernéticos.
Es una expresión que, de hecho, no estaría mal incorporar en ciertos ámbitos. Imaginen un discurso en un mitin político (pena de Rodiezmo), tan dados a absorber -como la RAE misma- palabros de la masa al tuntún, léanse «ni El Tato» o «Vale, a lo mejor me lo merezco», con la terminación mentada. O en El Debate (ejem). Zapatero: «Hay que tener desfachatez para decir que no echemos leña al fuego cuando ustedes hicieron una campaña diciendo que se rompía España, #hombreya». Rajoy: «Engañó a los españoles cuando dijo que el Estatuto estaba limpio como una patena. Le pido que no juegue más con la gente, #hombreya».
¿Y en los telediarios o en los medios digitales? Prueben. «Aznar asegura en la Cámara de los Comunes de Londres que es vital interrumpir el proceso de erosión de los derechos de Israel. #hombreya»; «Los trabajadores de Metro de Madrid ponen fin a la huelga tras ratificar el acuerdo. #hombreya». «Barrionuevo, sorprendido de que desde el PSOE se proteja y se jalee a Garzón. #hombreya». Podría dar para unos cuantos cursos de ética periodística, de esos que el señor Juanjo de la Iglesia impartía tan bien. El problema sería el abuso.
Aquí tenemos la manía de exprimir lo interesante hasta convertirlo en mediocre. Ya se sabe, ¿para qué cambiar lo que funciona? Y si lo podemos disfrazar para darle salida un millón de veces más, mejor. Los temas recurrentes, a riesgo de saturar, funcionan. Por eso ayer lunes -y viendo alguna portada inminente (PDF), se entiende-, asistimos a extraordinarias últimas horas sobre asuntos privados. Por eso los community managers salvarán el mundo cuando todos nos convirtamos en refugiados climáticos (figura que recogerá la ONU en breve, si esto sigue así). Por eso ya hay un tétrico programa sobre los flashmobs, evolución del karaoke. Yupi.
(Gracias, @Jonlaiseca)
pestañear el estado de la cuestión de una sociedad cualquiera. De una manera sencilla, con
una segura comprensión. Como aquella letra que rezaba «Jonathan, no te metas pa lo jondo»,
gran radiografía de las playas españolas. Se trata de #hombreya, hermana gemela del vulgar
«yastabien». Es un recipiente masivo de quejas, puyas, preguntas al aire y demostraciones
de fuerza en la Red que acumula decenas y decenas de apuntes cibernéticos.
Es una expresión que, de hecho, no estaría mal incorporar en ciertos ámbitos. Imaginen un
discurso en un mitin político (pena de Rodiezmo), tan dados a absorber -como la RAE misma-
palabros de la masa al tuntún, léanse «ni El Tato» o «Vale, a lo mejor me lo merezco», con
la terminación mentada. O en El Debate (ejem). Zapatero: «Hay que tener desfachatez para
decir que no echemos leña al fuego cuando ustedes hicieron una campaña diciendo que se
rompía España, #hombreya». Rajoy: «Engañó a los españoles cuando dijo que el Estatuto
estaba limpio como una patena. Le pido que no juegue más con la gente, #hombreya».
¿Y en los telediarios o en los medios digitales? Prueben. «Aznar asegura en la Cámara de
los Comunes de Londres que es vital interrumpir el proceso de erosión de los derechos de
Israel. #hombreya»; «Los trabajadores de Metro de Madrid ponen fin a la huelga tras
ratificar el acuerdo. #hombreya».»Barrionuevo, sorprendido de que desde el PSOE se proteja
y se jalee a Garzón. #hombreya». Podría dar para unos cuantos cursos de ética periodística,
de esos que el señor Juanjo de la Iglesia impartía tan bien. El problema sería el abuso.
Aquí tenemos la manía de exprimir lo interesante hasta convertirlo en mediocre. Ya se sabe,
¿para qué cambiar lo que funciona? Y si lo podemos disfrazar para darle salida un millón de
veces más, mejor. Los temas recurrentes a riesgo de saturar, funcionan. Por eso ayer lunes
-y viendo alguna portada inminente, se entiende-, asistimos a extraordinarias últimas horas
sobre asuntos privados. Por eso los community managers salvarán el mundo cuando todos nos
convirtamos en refugiados climáticos (figura que recogerá la ONU en breve, si esto sigue
así). Por eso ya hay un tétrico programa sobre los flashmobs, evolución del karaoke. Yupi.Hay un hashtag (etiqueta, para las personas normales) en Twitter que podría resumir sin pestañear el estado de la cuestión de una sociedad cualquiera. De una manera sencilla, con una segura comprensión. Como aquella letra que rezaba «Jonathan, no te metas pa lo jondo», gran radiografía de las playas españolas. Se trata de #hombreya, hermana gemela del vulgar «yastabien». Es un recipiente masivo de quejas, puyas, preguntas al aire y demostraciones de fuerza en la Red que acumula decenas y decenas de apuntes cibernéticos.
Es una expresión que, de hecho, no estaría mal incorporar en ciertos ámbitos. Imaginen un discurso en un mitin político (pena de Rodiezmo), tan dados a absorber -como la RAE misma- palabros de la masa al tuntún, léanse «ni El Tato» o «Vale, a lo mejor me lo merezco», con la terminación mentada. O en El Debate (ejem). Zapatero: «Hay que tener desfachatez para decir que no echemos leña al fuego cuando ustedes hicieron una campaña diciendo que se rompía España, #hombreya». Rajoy: «Engañó a los españoles cuando dijo que el Estatuto estaba limpio como una patena. Le pido que no juegue más con la gente, #hombreya».
¿Y en los telediarios o en los medios digitales? Prueben. «Aznar asegura en la Cámara de los Comunes de Londres que es vital interrumpir el proceso de erosión de los derechos de Israel. #hombreya»; «Los trabajadores de Metro de Madrid ponen fin a la huelga tras ratificar el acuerdo. #hombreya».»Barrionuevo, sorprendido de que desde el PSOE se proteja y se jalee a Garzón. #hombreya». Podría dar para unos cuantos cursos de ética periodística, de esos que el señor Juanjo de la Iglesia impartía tan bien. El problema sería el abuso.
Aquí tenemos la manía de exprimir lo interesante hasta convertirlo en mediocre. Ya se sabe, ¿para qué cambiar lo que funciona? Y si lo podemos disfrazar para darle salida un millón de veces más, mejor. Los temas recurrentes a riesgo de saturar, funcionan. Por eso ayer lunes -y viendo alguna portada inminente, se entiende-, asistimos a extraordinarias últimas horas sobre asuntos privados. Por eso los community managers salvarán el mundo cuando todos nos convirtamos en refugiados climáticos (figura que recogerá la ONU en breve, si esto sigue así). Por eso ya hay un tétrico programa sobre los flashmobs, evolución del karaoke. Yupi.