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Lemas para chapas (II): Wikileaks

#cablegate

Pues sí. Yo leí los cables; no todos, pero sí muchos. Y creo que, aunque nos llegaran después que a los cinco (periódicos) elegidos por Wikileaks, fue una oportunidad única. «Por un golpe de suerte hemos tenido acceso a los papeles», dijo Arsenio Escolar el pasado mes de enero en una reunión a la que fuimos convocadas diez personas. El diario noruego Aftenposten, también del grupo Schibsted, se hizo con los telegramas gracias a una «filtración de la filtración» (así se nos dijo) y nos los cedió. Esto no gustó demasiado a Julian Assange, porque no podía meter mano en el sistema de publicación de contenidos; nuestros colegas decidieron por su cuenta cómo, cuándo y de qué manera difundirían las informaciones tras haber trabajado en ellas. Fue un reglamento auto impuesto que nos exigieron seguir también a nosotros. Muy estricto, por cierto.

Las gestiones, in situ, las llevó Virginia Pérez Alonso, directora adjunta de 20minutos.es. Se fue a Oslo en cuanto vio hervir el agua. Allí estuvo unos días escrutándolo todo, haciendo una labor concienzuda de criba y esquema que nos facilitó mucho el trabajo a los que después tuvimos que rascar. Tenía que ir a la sede del diario noruego para estudiar todo el material, ya que no le estaba permitido sacarlo de allí bajo ningún concepto. Los controles, exhaustivos, le impedían llevar su propio ordenador o cualquier aparato de almacenamiento de datos. Tomó muchas notas. Cuando llegó a España con los papeles, guardados con todas las precauciones, puso a los desarrolladores de nuestra web a elaborar una base de datos para clasificar y poder hacer búsquedas por fechas, palabras, etiquetas y varios criterios más. Mientras tanto, empezamos a leer.

En la redacción (que acoge a 20 minutos y 20minutos.es) nadie sabía nada. Tras la reunión mencionada, el equipo de soporte comenzó a preparar una sala a la que solo podría pasar gente autorizada. Era, con cariño, el ‘mini bunker’. Nosotros somos los que somos y no tenemos infraestructuras colosales, pero el protocolo sí podemos cumplirlo. Para entrar había dos llaves; en el interior, varios ordenadores con red independiente de la del resto de trabajadores. También una caja fuerte. La rutina era la siguiente: pedir la llave, entrar, cerrar; abrir la caja fuerte, sacar el material necesario; teclear la contraseña del sistema y empezar. La base de datos también tenía contraseña. La habitación no tenía teléfono, los ordenadores no admitían conexión a Internet -se nos habilitó una forma alternativa para poder navegar- ni un triste CD de música. Mi escritorio virtual mostraba apenas media decena de iconos; con lo que yo soy.

Nada podía salir de allí ni imprimirse. Todo lo utilizado, como cuadernos, documentación adicional, etc., debía quedar guardado en la caja. Otra contraseña más. Se hacía complicado a veces retener tantas combinaciones de cifras y letras en la cabeza, sobre todo porque iban cambiando según pasaban los días. Durante las dos primeras semanas de trabajo, además, no podíamos contarle a nadie qué estábamos haciendo cuatro personas encerradas en el habitáculo ni por qué nos habían semi apartado de nuestras funciones. Era divertido escuchar las teorías de los compañeros. Lo mejor de todo, sin embargo, era que todos lo llamaban, al ser secreto e inconfesable, «Wikileaks». Se lo llegaron a preguntar a Arsenio en una de las reuniones de contenidos: «¿Nos vais a contar ya de qué va eso de Wikileaks?»; él pensó que alguien se había ido de la lengua. Pero no.

Cara B y background

La exclusiva de ‘los cinco’ estaba muy reciente. Creo, sinceramente, que los que empezamos a buscar en los cables no esperábamos encontrar grandes revelaciones. Pensábamos: El País tiene que haber repasado esto al milímetro; además, tienen dedicados a esto diez veces más en personal y en recursos. Aunque, repensamos, también tiene sus intereses y sus lagunas, como todos. Estaba asimismo reciente el ninguneo de cierta competencia a lo publicado por el diario de Prisa y su web. Me pareció mal, pero comprobé después que eso no es patrimonio de unos pocos cuando a nosotros nos hicieron exactamente lo mismo; por gratuitos (solo en papel, que yo sepa). Pero lo logramos, hallamos información aún inédita después de todo lo llovido, empezando por el tema de salida, el del topo que impidió otros 11-M en Barcelona. El 8 de febrero.

Muchos amigos y conocidos me preguntaron en su día cómo buscábamos la información. Depende. Al principio, nos guiamos por una lista de temas inaplazables: ETA, terrorismo islamista, ley Sinde, economía, etc.; después, hacíamos búsquedas por asuntos de actualidad y por cualquiera que se nos ocurriese (‘jugábamos’ a teclear nombres y sucesos). Además, pedimos a los lectores que nos sugirieran sus propuestas, como hizo The Guardian con el «You ask, we search». En muchas ocasiones nos topábamos con una pista que seguir y dábamos con algo jugoso. Fue lo que me pasó a mi con Ruanda. Pasamos horas y horas metidos en la sala, leyendo (en inglés), comprobando términos y haciendo anotaciones. Éramos como unos atípicos ermitaños: estábamos en una redacción y casi no nos enterábamos de lo que ocurría en el mundo. El aislamiento hizo mella y al cabo de unas semanas empezamos a ‘decorar’ las paredes que nos rodeaban, para no sentirnos tan solos.

Artículos de Wikileaks en '20 minutos'.

Comenzamos a pegar con celo los artículos que íbamos publicando en papel, arrancando las hojas correspondientes de la edición del día. Pero eso no fue todo. En la habitación había una pizarra blanca en la que empezamos a hacer dibujos, colocar los temas pendientes o escribir chorradas, por qué no decirlo. Cuando me quedaba sola -no siempre estábamos todos juntos-, yo incluso terminaba hablando con el ordenador y escribiendo en mi libreta compulsivamente. En serio, como en Naúfrago. En grupo, y a pesar de estar cada uno en una cosa diferente, nos partíamos de la risa comentando en voz alta la incontinencia verbal de ciertos individuos(as) que no hacían sino alardear de lo lindo ante el personal estadounidense, pero también fruncíamos el ceño al unísono por la sutileza (o no) con la que la delegación extranjera pretende ejercer el control.

Es interesante identificar las maneras de redactar de cada miembro de la embajada, sus tics y matices cuando trasladan lo escuchado al papel. A qué cosas les prestan atención, quién les cae bien, cómo detallan chascarrillos y qué valoración (a veces personal) realizan de las situaciones. Tirar del hilo en algunos asuntos fue, desde luego, muy entretenido. Mucho de lo que encontrábamos ya había sido publicado, de una manera u otra; algunas cosas nunca las pudimos completar por falta de cables de otras embajadas. Una pena. Por otra parte, había temas que, aunque no constituían una noticia en si mismos, sí reflejaban la cara B de ciertos procesos en instituciones internacionales o sobre las relaciones bilaterales entre países. Todo esto nos ha aportado cierto background, útil en el futuro, a los que hemos escrito los artículos.

De la misma manera, nos previene sobre maniobras y personas y nos recuerda que la información hay que trabajarla. En este sentido, nuestro modus operandi incluía un estricto cuidado hacia las fuentes (hemos ocultado muchos nombres en los cables que hemos hecho públicos) y, en la medida de lo posible, un contraste máximo de los datos. Ha habido alguna historia delicada que no ha podido ser revelada por motivos de seguridad y otras que a priori prometían turbulencias y que luego se quedaron en nada. Siempre hay que tener en cuenta, claro, que estos telegramas diplomáticos cuentan una sola versión de los hechos, y por partida doble: por un lado, hay que ser consciente de que es EE UU el que habla; por otro, desconocemos totalmente si tenemos en nuestras manos todos los papeles que son o si nos ha llegado una selección escogida. Eso nunca lo sabremos (o sí).

La punta del iceberg

Los amigos de las conspiraciones consideran la filtración a Wikileaks un movimiento interesado para tapar realidades mucho más severas. Para algunos, el soldado Bradley Manning, supuesto culpable de la revelación de secretos, es en realidad un chivo expiatorio. Lo que sí es cierto es que los telegramas constituyen sólo una pequeña parte de la información que mueve la Administración estadounidense: estos son los cables que las embajadas envían a EE UU, pero existen unas respuestas a esos cables, comunicaciones entre las distintas agencias del Gobierno, de la Casa Blanca con varios interlocutores, etc. Y aun así, nos hemos llevado las manos a la cabeza con las (intuidas) tácticas diplomáticas y las servidumbres políticas que funcionan sin que nadie dé cuerda al mecanismo global. Todos saben qué tienen que hacer.

Hace muy poco que publicamos el último artículo y ya nos parece cosa del pasado. Todos están (estamos) esperando a lo siguiente (dossier de Guantánamo aparte) sin haber casi procesado la información o analizado su alcance real. ¿Nos la hemos leído toda? A pesar de los esfuerzos ímprobos de los periodistas involucrados, no lo creo. La impresión general sobre lo sucedido es aún liviana, y hablo de la gente corriente, la que no ha entrado en la web de Wikileaks para echar un vistazo a los cables liberados y prefiere (para eso estamos) una lectura en diagonal resumida, explicada. Puede que haya sido mucha información de golpe. Pero qué digo, si todavía hay medios de comunicación publicando informaciones; si Wikileaks ha decidido tirar de crowdsourcing mientras suelta estos días decenas de miles de papeles (algunos ya conocidos). Nos viene grande a todos. Por eso el ciudadano, con excepciones, decidió desde el primer día quedarse con lo local, con lo cercano.

¿Y los informadores? Encantados hemos estado con que la montaña se precipitara de repente sobre Mahoma y nos frotamos las manos con la anunciada fuga bancaria, ya en manos de los receptores de secretos internacionales, según fue representado ante las cámaras en su día. Este asunto nos sobreexcita a pesar de contar a diario con historias de igual o más importancia, según los casos. Porque no todo merece una portada, aunque nos parezca lo contrario. A la hora de publicar los artículos, 20 minutos y 20minutos.es se complementaron, más que nada por el espacio disponible para hacer públicos los cables. Los temas se iban poniendo en común, perfilando y descartando casi a diario en una asumida contrarreloj, ya que Assange había revelado que haría llegar todos los documentos a más intermediarios de todo el mundo. Y así ha sido.

¿Consencuencias? No han llegado a término, creo, aunque aquellos aludidos que deberían sonrojarse se han quedado con la media sonrisa. Y eso que algunos de nosotros sabemos algo más sobre ellos. Los que hemos leído los papeles. Los de la chapa.

Lemas para chapas (I)

«Muy fan de Wendi Deng». Sobre todo tras la demostración de reflejos y rabia contenida hacia el tipo que quiso embadurnar la cara de su marido con espuma de afeitar en la cámara de los comunes. Apuesto a que algunos de ellos (los comunes) lucirán el mismo emblema en la próxima sesión en alguna parte de su atuendo británico. El futuro, señorías, no pasa por Google+ o las peleas tuiteras en el barro, palomitas mediante. El futuro pasa por la concisión, las declaraciones de principios y por ir de frente con la sonrisa irónica en la boca. Pasa por regresar a la cultura chapera (no se me alteren) y explicar nuestra idea natural del mundo. Nada de 140 caracteres o una descripción espinosa en el perfil, hace falta mucho menos.

Yo ya tengo varias frases para trasladar al metal y mostrar en la solapa en colores vivos y sugerentes. Podrían organizarse por categorías o bien ponerles nombres, como a las habitaciones de un hotel (pienso ya en una multinacional, en el modelo de negocio de marras). Por ejemplo, la ‘chapa Iñaki Gabilondo’ rezaría «Yo soy formidable». Él mismo debería llevarla. POR la amabilidad y el toque cercano, digo. A los políticos, por ejemplo, les vendrían bien expresiones rimbombantes como «Yo soy muy de hipérboles», que mi compañero y amigo @20Hitcombo ha donado para la causa. @masaenfurecida hasta podría hacer algo de pasta con sus mayúsculas sentencias, aunque ahora que el colectivo de a uno concede entrevistas quizá pierda la capacidad de síntesis. Veremos.

Se pondrán de moda, por eso quiero adelantarme. Y porque veo que @conrubalcaba amaga («Escuchar, hacer, explicar») aunque sin centrar el tiro (yo es que optaría por «Alejo Estivel me compone» o «Como mola mi web»). El sello para medios y periodistas del latente #sinpreguntasnohaycobertura se acercaba también al concepto. Incluso Barney Stinson y su profético «Suit up», tan apropiado para los tiempos chaqueteros que corren: podrían ponerlo como mosca televisiva en las próximas retransmisiones de discursos institucionales valencianos, así podríamos llamarlos chapas catódicas, en general. Pero personalizar o distinguirse, sin embargo, es triunfar (lo del nicho, de toda la vida). Por eso voy a dedicarme un par de lemas.

Uno, al margen de cualquier manifiesto, libro oportuno o pancarta, simplemente diría aquello de «Yo estuve en #acampadasol». Es una manera de expresar a los que no palparon el asfalto en las asambleas infinitas o decidieron curiosear en la distancia que aquello fue real. Que es real (atentos a este fin de semana). El otro, con el mismo cariño, gritaría eso de «Yo leí los cables de Wikileaks». Un ejercicio del que disfruté y con el que acabé exhausta. Otra vez. Digamos que en un hipotético test de vanidad para informadores esta doble reivindicación quedaría en un término medio, sin traspasar la línea del ego, ni la letra B. Voy a intentar, en los próximos días, desarrollar ambos lemas en sendos posts que llevo retrasando semanas. Pero sólo voy a intentarlo.

Desesperados

Aquí estamos todos esperando la buena nueva (¿La lotería? ¿El comunicado? ¿El nacimiento? ¿De qué o de quién?). No sabemos si gastarnos el poco dinero que tenemos o esperar a los acontecimientos, si es que antes no aparecen publicados, filtración mediante, y nos indican por dónde van los tiros. El estado de alarma no es para tanto (dicen), de acuerdo, pero lo miramos de reojo a tenor de las circunstancias económicas, digitales y sociales. Por lo menos no volveremos a sobresaltarnos hasta enero con los plenos del Congreso, cerrado por vacaciones, cuyas (sobre)actuaciones han sido sustituidas en los medios relajados por los momentos musicales de Paris Hilton en Fabrik. Ese sitio. Esa mujer.

Estos días, sus señorías se mueven de copa en copa (de Navidad) arreglando el mundo con la boca llena. Ellos también tienen derecho. Los periodistas hacen lo propio e intentan todo tipo de tretas verbales para sonsacarles, una y otra vez. Se quedarán un día sin nada que decir, como Julian Assange, entrevistado cada cinco minutos (Me quemaría por dentro). El ‘no personaje del año’, según la portada de Time, concentra mucha más atención de la que captan Pfizer, Israel o Couso (¿Logrará de verdad el juez Santiago Pedraz viajar a Irak o casualmente sufriremos una invasión alienígena que paralice el tema?). Unos le boicotean al estilo Kate Moss (y, nunca mejor dicho, lo pagan caro); otros le tienden la mano. Y mientras, el resto comentamos.

No deja de ser curioso que nos levantemos de la silla por cosas que nos cuentan otros y no por cosas que vemos a diario. Internet tiene la culpa, que diría la señora que (re)compró una entrada falsa, a precio de otro, para que su niña viera a Lady Gaga en acción. Propongo que, para compensar la catástrofe, la traigan de nuevo para que dé las campanadas de fin de año. O mejor, que lo haga en el AVE a Valencia, acompañada de Genoveva (aspirante a Vargas Llosa) para después dar paso al primer anuncio de 2011: por supuesto, el del Ministerio de Sanidad. La cadena elegida sería CNN+. A lo mejor con esto conseguimos una inyección de dinero que impida su desaparición. A situaciones deseperadas, ya se sabe.

Los controladores lo intentaron también en el último momento, prometiendo un alto el fuego en las fechas calientes, pero a ellos les salió mal. O eso parece, porque luego nunca se sabe. Ahí están La Sexta e Intereconomía haciendo manitas bajo la mesa cuando nadie podía esperárselo, o Catar (antes, Qatar) organizando un mundial de «fúrgol» (Villar dixit). Será que la prima de riesgo y el bono alemán lo están revolucionando todo, pero están ocurriendo cosas extrañas como éstas en las últimas semanas. Yo no digo nada, pero Italia vuelve a Eurovisión y Toni Cantó dice que se presta a ir en la lista de Rosa Díez. Si el mundo se va a acabar hemos de estar preparados; y, sobre todo, debemos contarlo bien (para eso está la Fundeu).

PD: rey. papa. (Siempre quise poner esto en minúscula).

Wikileaks o el pensamiento crítico

Información, dinero, política y papel. Censura, denuncia e intereses. Se habló de tantas cosas el martes en «El periodismo en la era de Wikileaks«, debate convocado por El País -a la sazón, elegido por el dedo Assange- en el Caixaforum de Madrid que, de ponerlas por escrito, el texto de los famosos 250.000 cables se habría quedado corto. Hubo tres frentes claros y un gusanillo general: por un lado, los representantes del establishment mediático, personificados en Javier Moreno, director de El País y Borja Bergareche, subdirector de ABC; por otro, los ajenos, aunque implicados, Alicia G. Montano, directora de Informe Semanal, y Javier Bauluz, director de Periodismo Humano. Y, por último, elpúblico, que no dio (ni quiso dar) tregua a los profesionales.
De «vergüenza» para aquellos que deben buscar las historias calificó sin tapujos Bauluz, nada más empezar, las filtraciones que han sonrojado a la Casa Blanca. Un hito que ha cambiado para siempre el «ecosistema» de la prensa y (fundamentalmente) de Internet y que ha puesto el dedo en la llaga del ego de los medios. ¿No sabemos hacer nuestro trabajo? ¿Tiene que venir un «activista» y servirnos en bandeja lo que no podemos encontrar? ¿Será siempre así a partir de ahora? Las dudas eran razonables. Montano y Bergareche sí coincidían en que lo excepcional de Wikileaks es más importante que, por ejemplo, su contenido. Un buen rato dedicaron a debatir si las «charletas» privadas de unos señores diplomáticos son noticia o no, y Moreno defendió a capa y espada el rol de rastreador de su periódico.
La experiencia de las publicaciones que han recibido el material para su análisis, en este sentido, es un valor añadido. Esta experiencia también tuvo voz en el acto, la de alguien que aún no hemos citado: Giles Tremlett, corresponsal de The Guardian en España. Lo suyo con Wikileaks, contó, viene de lejos: fueron Assange y compañía los que les enseñaron a ‘sortear’ las duras leyes de privacidad del Reino Unido cuando realizaban, hace años, una investigación sobre la evasión de impuestos de los bancos. No obstante, reconoció que algún día «habrá que poner límites» legales para la publicación de ciertas cosas. No todo vale, y esta máxima se llevó reproches por parte de Bergareche -«Si yo fuera Hillary Clinton, lo desclasificaría todo»- y del público, muy muy interesado en la autocensura.
Así, las confesiones hicieron su aparición. Se dejó claro que «nunca habrá un Wikileaks de China» o que, en otros casos, como el sumario Gürtel, hay cosas relacionadas con asuntos «sexuales» que no han visto la luz. Moreno tuvo que aclarar, asimismo, que El País no ha pagado por el material y que, aunque no han recibido presiones, sí les han llegado ciertas «consideraciones» para que se abstuvieran, en la medida de lo posible, de hacer públicos ciertos cables. Negó, por otra parte, que EE UU haya metido mano. Trataba de convencer de esta manera a un respetable descreído con esa información que nunca veremos, y también con la capacidad crítica de los propios medios que, según algún asistente, van a seguir haciéndole el juego a los «intereses» económicos y políticos de las grandes potencias.
«Se está cociendo algo»
En cuanto a cuestiones menores, afloró la rivalidad entre medios competidores y la poca «generosidad» que hay en España, según Moreno, para citar al contrario si éste tiene la exclusiva de algo. En cuanto a cuestiones mucho más interesantes -el público criticó el metaperiodismo, aunque la charla versara sobre él-, las fuentes y su fiabilidad se llevaron la palma. «Hay que tener cuidado», decía Montano; «Nos da igual que nos manden información de Wikileaks, Openleaks o por correo electrónico», apostillaba Tremlett. Bauluz, como le corresponde -y además de poner la lupa sobre proyectos como el suyo-, se mostró duro: «El papel de los periodistas no debe ser esperar a que te lleguen filtraciones». Y mucho hablar de los medios pero, ¿qué papel juegan los lectores y ciudadanos en todo esto?
Pues casi el más importante. «Se está cociendo algo en la ciudadanía», decía alguien en Twitter. El debate pudo seguirse en La Red -se habló poco de ella, por cierto- con el hashtag #wldebate, además de por streaming en las webs de El País y Periodismo Humano. Muy activos estuvieron los internautas y pocas de sus preguntas se vieron trasladadas al moderador, Ignacio Escolar, cuyo discreto papel fue de agradecer. Aunque sí demostraron, como inquirió la periodista Rosa María Artal, micro en mano desde el patio de butacas, un incipiente «estímulo del pensamiento crítico» de la sociedad ante revelaciones de tal calibre. «Hay hambre de realidad más allá del runrún de la política»,soltaba otro veterano presente, Ramón Lobo en Twitter.
Del encuentro con estos profesionales y al que mucha gente no pudo entrar -Caixaforum habilitó tres salas más con pantallas para aquellos que se quedaron fuera del auditorio, en el que cabían unas 750 personas-, sacamos varias conclusiones. Una, muy práctica: el «You ask, we search» que The Guardian practica para que quien quiera se convierta en buscador de temas en el océano de Wikileaks. La otra, más metafísica: el debate sobre la profesión y el shock que ha supuesto, sin distinciones, para la prensa -y con esto, como se apuntaba en el estrado, hablamos de todo tipo de formatos y medios- el pasar al otro lado de la raya y asistir como espectador a un cambio en la profesión. Esto, como pasa con la justicia, se irá construyendo revulsivo a revulsivo. El periodismo es así.
* Crónica publicada en 1001medios

Filosofía, truco o trato

Nos extrañamos de que la diplomacia y los servicios secretos hagan (bien o mal) su trabajo. ¿Que se exceden? Claro. ¿Que no son lo que aparentan? Por supuesto. Si no, no sacarían nada aprovechable de este mundo de suspicacias políticas y poderes fácticos; si no, no tendrían los Estados sus estrategias y movimientos de ficha preparados para pisotear al de enfrente. Conocer cómo se las gastan, no obstante, es indispensable para saber a qué atenernos.

Las filtraciones de Wikileaks nos devuelven la emoción de la Guerra Fría, cables mediante, y nos recuerdan que aún hay dónde rascar. De paso, además, nos tiran del pelo a los del gremio (periodístico) poniéndonos en bandeja los datos que no somos capaces de conseguir. ¿O no queremos hacerlo? Duda razonable. Es un estímulo, pero también un cómodo servicio externalizado al que muchos podrían acostumbrarse. Hay que tener cuidado con eso.

Y con lo que se nos da. Para eso estamos, para decidir si las fuentes que dicen que Ali Khamenei padece un cáncer terminal son solventes; o para interpretar correctamente los seguimientos a Erdogan y al hermano de Karzai y la triple cara de los gobernantes árabes. Lo de los cotilleos quedará (o no) para la anécdota si el buceo da frutos elaborados de entidad. Que los dará, gracias al buen hacer de los elegidos y de otros tantos.

El ‘pero’ hay que ponérselo ahora a Assange, reconvertido (¿por qué?) en racionador de exclusivas. Soltar en bruto tanta información, sin tratar, no es bueno, dicen algunos. Es cuestionable: ¿No era el objetivo que cualquiera pudiera acceder a los datos? ¿No era esa la filosofía? ¿En qué quedamos? Los embargos y fascículos están creando una ansiedad innecesaria en gente que a lo mejor ni siquiera se leería lo divulgado de una tacada.

Lo que está claro es que la palabra confidencial no significa nada hoy en día. Es difícil mantener algo en secreto con tantas manos tocando y tantos ojos mirando. Batman y Robin y la nueva Ortografia (de todos los Santos) lo han sufrido en sus propias carnes, de ahí el frenazo y la marcha atrás. Pudo haber sido un globo sonda también lo del sacaleches, pero ya está en las tiendas; quizá el anuncio de la izquierda abertzale, también: no lo parece.

Pero se han posicionado igual de bien que el aceite virgen, los condones y los encantos retocados de cierta presentadora, palabras clave que han colapsado días atrás telediarios y topics como cortinas de humo. ¿Hablarían de todas esas cosas los empresarios of the word? En esa mesa con forma de U se pudo hasta cerrar un tratado de paz en línea directa con Kim Jong-Il (y descendencia). Para eso gobiernan el planeta. Pura magia, que diría Matute.

Por arte de idem el PP se convierte en tercera fuerza en Cataluña y Rosa Díez obtiene menos votos que el partido pirata. El resto era previsible: Mas da saltitos de alegría a pesar de la soledad. Si Leslie Nielsen hubiera hecho una película sobre las elecciones habría sacado un partido tremendo al material audiovisual de la campaña, pero también a la próxima cumbre del G-20. Imaginemos a todos esos líderes, cara a cara, después de lo de Wikileaks…

El único que se salva de la quema sigue siendo el Rey, al que ya le van dedicando amplios reportajes premonitorios por sus 35 años de reinado. Pero ese ya es otro tema…

(II)

* Hagamos un comentario, por si no quedaba claro. Lo que está haciendo El País es un trabajo magnífico y ha tenido la suerte de ser uno de los elegidos, como he dicho anteriormente. Por otro lado, no hacerse eco o menospreciar una información de este tipo es un error, a mi juicio. Y que Wikileaks lo haya pasado a ciertos medios hace algunas semanas, además de ser una decisión propia y respetable, es una buena manera de que los datos se ofrezcan a la gente de forma analizada y desgranada, además de filtrada con rigor periodístico.

Otra cosa muy distinta es que Assange y compañía hayan decidido, esta vez, no colgar el material el bruto en sus servidores, no ‘liberarlo’ para conocimiento general al tiempo que han empezado las publicaciones en la prensa, siendo que esa era su filosofía inicial: y hablo siempre en relación al ciudadano de a pie, no en relación a los demás medios o a los periodistas. Aún no sé si estoy de acuerdo con esta estrategia, de ahí el post.

Ideas frescas

Rubalcaba tiene dos despachos, dos. Es algo que me desconcierta. Me pregunto dónde pondrá el marco de foto y si él mismo presidirá desde un cuadro las estancias, como vigilándose. Si los tendrá igual de (des)ordenados; si se sentirá cómodo en ellos. Deberían cambiarle, para empezar, las espantosas y dieciochescas carteras negras, de cierre dorado, por una mochila con ruedas, porque la cantidad de apuntes que va a generar podrían constituir el próximo fascículo de Wikileaks, que está consiguiendo que Irak nos se nos vaya de la mente. Y eso que, según  Mikel Ayestaran, está teniendo «la posguerra peor cubierta» ever.

Julian Assange debería dejarse de CNN(s) e ir a La Noria, que es paso obligado si uno quiere ser alguien en la vida, política o no. Sin haber visto la intervención estelar de Montilla, ardo en deseos de saber si le han tirado de la lengua sobre Scarlett Johansson, que hubiera sido lo suyo, vamos. Ahí está, en la red social, una instantánea del encuentro en cierta entrega fashion de premios; sin trucar ni nada. No como la película, cuyos gemelos son, me entero, producto de la postproducción, como algunos (los menos) de los nuevos ministros. No me gusta, por cierto, la mofa o lo que sea hacia las lágrimas de Moratinos. No.

Ni lo que nos hizo trabajar, filtraciones aparte, Zapatero con la sorpresita. De nuevo volvimos en las portadas digitales a poner caritas y cruces tachando intrahistorias, como con los mineros: uno fuera, otro dentro. (Min)istros (Min)eros. ¿Lo siguiente? Olvidando a Otegi, cuya entrevista se publicó en la semana equivocada, el próximo notición tendría que venir (con v, de Vizcaya), por estadística, de Rusia, que están muy callados últimamente allí. Por comentar. Pero, o es algo muy gordo o nos interesará lo mismo que la influencia maligna de Google Instant en el SEO. Según Bernardo Hernández, no existe. Me quedo más tranquila.

El director de productos emergentes de la compañía tecnológica estuvo un par de horas en Madrid el pasado viernes y (nos) soltó ante una audiencia pequeña y agradecida uno de los grandes titulares gurús de la crisis: «España es un país de bares, mercerías y ultramarinos». Es decir, como apunta Forges, nos habríamos convertido en repartidores de «nadas» a domicilio. En concreto, a ese que el cargo de la empresa con más vicepresidentes que portavoces tiene ahora nuestro Ejecutivo enseñó en la tele no hace mucho. Desde luego, tener esa nevera llena de nada es un verdadero desperdicio. Llenémosla, aunque sea, de ideas.


twitter / MirenM

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