Pues sí. Yo leí los cables; no todos, pero sí muchos. Y creo que, aunque nos llegaran después que a los cinco (periódicos) elegidos por Wikileaks, fue una oportunidad única. «Por un golpe de suerte hemos tenido acceso a los papeles», dijo Arsenio Escolar el pasado mes de enero en una reunión a la que fuimos convocadas diez personas. El diario noruego Aftenposten, también del grupo Schibsted, se hizo con los telegramas gracias a una «filtración de la filtración» (así se nos dijo) y nos los cedió. Esto no gustó demasiado a Julian Assange, porque no podía meter mano en el sistema de publicación de contenidos; nuestros colegas decidieron por su cuenta cómo, cuándo y de qué manera difundirían las informaciones tras haber trabajado en ellas. Fue un reglamento auto impuesto que nos exigieron seguir también a nosotros. Muy estricto, por cierto.
Las gestiones, in situ, las llevó Virginia Pérez Alonso, directora adjunta de 20minutos.es. Se fue a Oslo en cuanto vio hervir el agua. Allí estuvo unos días escrutándolo todo, haciendo una labor concienzuda de criba y esquema que nos facilitó mucho el trabajo a los que después tuvimos que rascar. Tenía que ir a la sede del diario noruego para estudiar todo el material, ya que no le estaba permitido sacarlo de allí bajo ningún concepto. Los controles, exhaustivos, le impedían llevar su propio ordenador o cualquier aparato de almacenamiento de datos. Tomó muchas notas. Cuando llegó a España con los papeles, guardados con todas las precauciones, puso a los desarrolladores de nuestra web a elaborar una base de datos para clasificar y poder hacer búsquedas por fechas, palabras, etiquetas y varios criterios más. Mientras tanto, empezamos a leer.
En la redacción (que acoge a 20 minutos y 20minutos.es) nadie sabía nada. Tras la reunión mencionada, el equipo de soporte comenzó a preparar una sala a la que solo podría pasar gente autorizada. Era, con cariño, el ‘mini bunker’. Nosotros somos los que somos y no tenemos infraestructuras colosales, pero el protocolo sí podemos cumplirlo. Para entrar había dos llaves; en el interior, varios ordenadores con red independiente de la del resto de trabajadores. También una caja fuerte. La rutina era la siguiente: pedir la llave, entrar, cerrar; abrir la caja fuerte, sacar el material necesario; teclear la contraseña del sistema y empezar. La base de datos también tenía contraseña. La habitación no tenía teléfono, los ordenadores no admitían conexión a Internet -se nos habilitó una forma alternativa para poder navegar- ni un triste CD de música. Mi escritorio virtual mostraba apenas media decena de iconos; con lo que yo soy.
Nada podía salir de allí ni imprimirse. Todo lo utilizado, como cuadernos, documentación adicional, etc., debía quedar guardado en la caja. Otra contraseña más. Se hacía complicado a veces retener tantas combinaciones de cifras y letras en la cabeza, sobre todo porque iban cambiando según pasaban los días. Durante las dos primeras semanas de trabajo, además, no podíamos contarle a nadie qué estábamos haciendo cuatro personas encerradas en el habitáculo ni por qué nos habían semi apartado de nuestras funciones. Era divertido escuchar las teorías de los compañeros. Lo mejor de todo, sin embargo, era que todos lo llamaban, al ser secreto e inconfesable, «Wikileaks». Se lo llegaron a preguntar a Arsenio en una de las reuniones de contenidos: «¿Nos vais a contar ya de qué va eso de Wikileaks?»; él pensó que alguien se había ido de la lengua. Pero no.
Cara B y background
La exclusiva de ‘los cinco’ estaba muy reciente. Creo, sinceramente, que los que empezamos a buscar en los cables no esperábamos encontrar grandes revelaciones. Pensábamos: El País tiene que haber repasado esto al milímetro; además, tienen dedicados a esto diez veces más en personal y en recursos. Aunque, repensamos, también tiene sus intereses y sus lagunas, como todos. Estaba asimismo reciente el ninguneo de cierta competencia a lo publicado por el diario de Prisa y su web. Me pareció mal, pero comprobé después que eso no es patrimonio de unos pocos cuando a nosotros nos hicieron exactamente lo mismo; por gratuitos (solo en papel, que yo sepa). Pero lo logramos, hallamos información aún inédita después de todo lo llovido, empezando por el tema de salida, el del topo que impidió otros 11-M en Barcelona. El 8 de febrero.
Muchos amigos y conocidos me preguntaron en su día cómo buscábamos la información. Depende. Al principio, nos guiamos por una lista de temas inaplazables: ETA, terrorismo islamista, ley Sinde, economía, etc.; después, hacíamos búsquedas por asuntos de actualidad y por cualquiera que se nos ocurriese (‘jugábamos’ a teclear nombres y sucesos). Además, pedimos a los lectores que nos sugirieran sus propuestas, como hizo The Guardian con el «You ask, we search». En muchas ocasiones nos topábamos con una pista que seguir y dábamos con algo jugoso. Fue lo que me pasó a mi con Ruanda. Pasamos horas y horas metidos en la sala, leyendo (en inglés), comprobando términos y haciendo anotaciones. Éramos como unos atípicos ermitaños: estábamos en una redacción y casi no nos enterábamos de lo que ocurría en el mundo. El aislamiento hizo mella y al cabo de unas semanas empezamos a ‘decorar’ las paredes que nos rodeaban, para no sentirnos tan solos.
Comenzamos a pegar con celo los artículos que íbamos publicando en papel, arrancando las hojas correspondientes de la edición del día. Pero eso no fue todo. En la habitación había una pizarra blanca en la que empezamos a hacer dibujos, colocar los temas pendientes o escribir chorradas, por qué no decirlo. Cuando me quedaba sola -no siempre estábamos todos juntos-, yo incluso terminaba hablando con el ordenador y escribiendo en mi libreta compulsivamente. En serio, como en Naúfrago. En grupo, y a pesar de estar cada uno en una cosa diferente, nos partíamos de la risa comentando en voz alta la incontinencia verbal de ciertos individuos(as) que no hacían sino alardear de lo lindo ante el personal estadounidense, pero también fruncíamos el ceño al unísono por la sutileza (o no) con la que la delegación extranjera pretende ejercer el control.
Es interesante identificar las maneras de redactar de cada miembro de la embajada, sus tics y matices cuando trasladan lo escuchado al papel. A qué cosas les prestan atención, quién les cae bien, cómo detallan chascarrillos y qué valoración (a veces personal) realizan de las situaciones. Tirar del hilo en algunos asuntos fue, desde luego, muy entretenido. Mucho de lo que encontrábamos ya había sido publicado, de una manera u otra; algunas cosas nunca las pudimos completar por falta de cables de otras embajadas. Una pena. Por otra parte, había temas que, aunque no constituían una noticia en si mismos, sí reflejaban la cara B de ciertos procesos en instituciones internacionales o sobre las relaciones bilaterales entre países. Todo esto nos ha aportado cierto background, útil en el futuro, a los que hemos escrito los artículos.
De la misma manera, nos previene sobre maniobras y personas y nos recuerda que la información hay que trabajarla. En este sentido, nuestro modus operandi incluía un estricto cuidado hacia las fuentes (hemos ocultado muchos nombres en los cables que hemos hecho públicos) y, en la medida de lo posible, un contraste máximo de los datos. Ha habido alguna historia delicada que no ha podido ser revelada por motivos de seguridad y otras que a priori prometían turbulencias y que luego se quedaron en nada. Siempre hay que tener en cuenta, claro, que estos telegramas diplomáticos cuentan una sola versión de los hechos, y por partida doble: por un lado, hay que ser consciente de que es EE UU el que habla; por otro, desconocemos totalmente si tenemos en nuestras manos todos los papeles que son o si nos ha llegado una selección escogida. Eso nunca lo sabremos (o sí).
La punta del iceberg
Los amigos de las conspiraciones consideran la filtración a Wikileaks un movimiento interesado para tapar realidades mucho más severas. Para algunos, el soldado Bradley Manning, supuesto culpable de la revelación de secretos, es en realidad un chivo expiatorio. Lo que sí es cierto es que los telegramas constituyen sólo una pequeña parte de la información que mueve la Administración estadounidense: estos son los cables que las embajadas envían a EE UU, pero existen unas respuestas a esos cables, comunicaciones entre las distintas agencias del Gobierno, de la Casa Blanca con varios interlocutores, etc. Y aun así, nos hemos llevado las manos a la cabeza con las (intuidas) tácticas diplomáticas y las servidumbres políticas que funcionan sin que nadie dé cuerda al mecanismo global. Todos saben qué tienen que hacer.
Hace muy poco que publicamos el último artículo y ya nos parece cosa del pasado. Todos están (estamos) esperando a lo siguiente (dossier de Guantánamo aparte) sin haber casi procesado la información o analizado su alcance real. ¿Nos la hemos leído toda? A pesar de los esfuerzos ímprobos de los periodistas involucrados, no lo creo. La impresión general sobre lo sucedido es aún liviana, y hablo de la gente corriente, la que no ha entrado en la web de Wikileaks para echar un vistazo a los cables liberados y prefiere (para eso estamos) una lectura en diagonal resumida, explicada. Puede que haya sido mucha información de golpe. Pero qué digo, si todavía hay medios de comunicación publicando informaciones; si Wikileaks ha decidido tirar de crowdsourcing mientras suelta estos días decenas de miles de papeles (algunos ya conocidos). Nos viene grande a todos. Por eso el ciudadano, con excepciones, decidió desde el primer día quedarse con lo local, con lo cercano.
¿Y los informadores? Encantados hemos estado con que la montaña se precipitara de repente sobre Mahoma y nos frotamos las manos con la anunciada fuga bancaria, ya en manos de los receptores de secretos internacionales, según fue representado ante las cámaras en su día. Este asunto nos sobreexcita a pesar de contar a diario con historias de igual o más importancia, según los casos. Porque no todo merece una portada, aunque nos parezca lo contrario. A la hora de publicar los artículos, 20 minutos y 20minutos.es se complementaron, más que nada por el espacio disponible para hacer públicos los cables. Los temas se iban poniendo en común, perfilando y descartando casi a diario en una asumida contrarreloj, ya que Assange había revelado que haría llegar todos los documentos a más intermediarios de todo el mundo. Y así ha sido.
¿Consencuencias? No han llegado a término, creo, aunque aquellos aludidos que deberían sonrojarse se han quedado con la media sonrisa. Y eso que algunos de nosotros sabemos algo más sobre ellos. Los que hemos leído los papeles. Los de la chapa.